Subrayado (amarillo) – Página 1
para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
siempre que se respeten sus costumbres y las ventajas de que gozaban, los hombres permanecen sosegados,
como los damnificados son pobres y andan dispersos, jamás pueden significar peligro; y en cuanto a los demás, como por una parte no tienen motivos para considerarse perjudicados, y por la otra temen incurrir en falta y exponerse a que les suceda lo que a los despojados, se quedan tranquilos.
Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse.
Así pasa en las cosas del Estado: los males que nacen en él, cuando se los descubre a tiempo, lo que sólo es dado al hombre sagaz, se los cura pronto; pero ya no tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto de que todo el mundo los ve.
el tiempo puede traer cualquier cosa consigo, y que puede engendrar tanto el bien como el mal, y tanto el mal como el bien.
engrandecía a la Iglesia, añadiendo tanto poder temporal al espiritual,
El ansia de conquista es, sin duda, un sentimiento muy natural y común, y siempre que lo hagan los que pueden, antes serán alabados que censurados; pero cuando intentan hacerlo a toda costa los que no pueden, la censura es lícita.
que para evitar una guerra nunca se debe dejar que sin desorden siga su curso, porque no se la evita, sino se la posterga en perjuicio propio.
que el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina. Porque es natural que el que se ha vuelto poderoso recele de la misma astucia o de la misma fuerza gracias a las cuales se lo ha ayudado.
primero, destruirlo; después, radicarse en él; por último, dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista.
el único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla.
el hecho de que un hombre se convierta de la nada en príncipe presupone necesariamente talento o suerte,
cuando sólo dependen de sí mismos y pueden actuar con la ayuda de la fuerza, entonces rara vez dejan de conseguir sus propósitos.
si es fácil convencerlos de algo, es difícil mantenerlos fieles a esa convicción,
Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna — cosas ambas mudables e inseguras–
Pues los hombres ofenden por miedo o por odio.
al apoderarse de un Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres a fuerza de beneficios.
Porque las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando menos, hieran menos; mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor.
el bien que tú hagas ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece, porque se considera hecho a la fuerza.
En caso de ser principe por crimenes hechos.
el que llega al principado con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo,
El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido.
siempre que las armas ajenas o se caen de los hombros del príncipe, o le pesan, o le oprimen.
durante los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la acción y con el estudio.
En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la Historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra,
no permanecer inactivo nunca en los tiempos de paz, sino, por cl contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle.
Conducta que debe observar un principe prudente
aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse; pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son.
todos los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles.
Res dura et regni novitas me talia cogunt Moliri, et late fines custode tueri.
«El duro estado y la novedad del reino, a estos modos me fuerzan y, recelando de todos, cuidan las cosas» -Virgilio (70 AC – 19 AC)
Surge de esto una cuestión: si vale más ser amado que temido, o temido que amado. Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado.
Volviendo a la cuestión de ser amado o temido, concluyo que, como el amar depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, pero, como he dicho, tratando siempre de evitar el odio.
Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza.
Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos.
Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias, y que, como he dicho antes, no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubee en entrar en el mal.
la mayoría de los hombres, mientras no se ven privados de sus bienes y de su honor, viven contentos;
que los príncipes deben encomendar a los demás las tareas gravosas y reservarse las agradables.
los príncipes de hoy sólo tienen que luchar contra la ambición de los nobles y la violencia de los pueblos,
(es defecto común de los hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza),
(porque la batalla es sólo cuando es forzado, y los amorosos brazos es donde no hay esperanza, salvo en los brazos).
Dios no quiere hacerlo todo para no quitarnos el libre albedrío ni la parte de gloria que nos corresponde.